LaPS3 juega: sufrimientos de diversos tipos

Elecciones variadas para un fin de semana ruidoso

“¡Por fin es viernes!”, es el grito más escuchado en las oficinas de LaPS3 desde primera hora de esta mañana. Varios redactores están ya colocados en sus sitios como quien espera el pistoletazo de salida para empezar una carrera de 100 metros lisos, otros se hacen un ovillo en posición fetal en el suelo mientras se suceden los petardos de fondo, mientras que el resto emula a los lemmings chocando con los límites de la estancia en una única dirección. Secuelas físicas y mentales de una larga semana.

Ya tenía ganas de dedicarle un par de horas a Spelunky y este fin de semana ha llegado el momento de hacerlo. Este juego, creado por Derek Yu y que está disponible para PC, Xbox Live, PS3 y PS Vita, es un título de plataformas con una dificultad bastante intensa, al menos, al comienzo de éste.

En Spelunky, el jugador podrá convertirse en un intrépido explorador en busca de aventuras y suculentos tesoros, aunque deberá andar con mucho ojo para sortear las diversas trampas que se puede encontrar y que, si no está lo suficientemente atento, pueden quitarle la mitad de la vida. Y es que la dificultad de este juego no radica en el daño que hacen los enemigos, sino en acordarse de cumplir “a raja tabla” ciertas normas básicas, ya que si no lo haces, se acaba muriendo y por tanto, volviendo a empezar desde cero.

El objetivo del mismo es llegar al final de la cueva correspondiente a cada nivel en un límite de tiempo determinado.Teniendo en mente que lo más importante es conseguir llegar completamente intactos al final de éste, aunque esta tarea no será nada fácil ya que los enemigos serán cada vez más difíciles de esquivar y matar.

A pesar de ello, a lo largo de Spelunky el jugador tendrá la opción de comprar varios objetos en la tienda que pueden serle de gran utilidad: unos zapatos con púas para engancharse mejor a las paredes o un par de bombas con las que abrirse camino o una pistola para matar, entre otros. Para recuperar vida o incrementarla, también puede elegir entre salvar a una despampanante rubia que le curará con un beso, sacrificarla en un altar para conseguir objetos o utilizarla de escudo lanzándola contra los enemigos.

Tras ponerme los dientes largos, Ricardo ha tenido la amabilidad de cederme su copia de South Park: La Vara de la Verdad para poder exprimirla con tranquilidad en mi PS3. Aunque hace años que no veo la serie televisiva de Trey Parker y Matt Stone, lo cierto es que durante los primeros compases de la malhablada aventura me han recordado a los mejores capítulos del show.

Poder tirarse pedos llameantes en la cara de los enemigos no es algo habitual ni en el mundo de los videojuegos, por lo que durante estos días aprovecharé las horas libres para explorar el idílico pueblo de las montañas de Colorado. Teniendo en cuenta que hasta el día 20 de marzo será complejo dormir plácidamente en la capital del Turia, nada mejor que aniquilar muñequitos de dibujos animados, ya que hacer lo mismo con personajes aficionadas a la pirotecnia puede ser considerado delito.

De momento la aventura pinta interesante y mi alter ego virtual, al que Cartman decidió bautizar como Lord Gilipollas, está visitando cada uno de los rincones del mapa. Resulta delicioso comprobar que, aún con las nuevas consolas en las tiendas, los que no podemos permitirnos el lujo de dar el salto a la nueva generación, podemos seguir sacando provecho de nuestras maltrechas máquinas.

Esta semana la elección es bastante clara, liarme a espadazos contra hordas de enemigos con muy mala baba para acabar, seguramente, lanzando el DualShock 3 por la ventana con Dark Souls II. Bueno, creo que yo y la inmensa mayoría de lectores que estén ahora mismo leyendo este texto. Lo cierto es que la excusa para haberlo adquirido desde el primer día (mientras escribía el texto me llegó la confirmación de que ya estaba disponible en mi tienda habitual) fue la litografía de Alfonso Azpiri.

Estaba claro que iba a caer sí o sí algún día, pero las personas que nacimos con videojuegos como Asteroids o similar (y se encuentra bien entrada en en la treintena como un servidor), recordamos con añoranza aquella Edad de Oro del Software Español y sus portadas dibujadas a mano por genios como Azpiri. Sin duda es toda un acierto que Bandai Namco se haya hecho con los servicios de este legendario -para mí- ilustrador.

Lo mejor de la saga “Souls” es que aun no siendo apto para todos los públicos, su extremada dificultad engancha y mucho. Es una especie de sensación entre lo sadomaso y lo reconfortante, una droga videojueguil inyectable en el cerebro que te incita una y otra vez a llegar hasta la próxima hoguera, aunque por el camino mordamos el suelo de mil y una maneras. Veremos pues si el lunes podréis verme redactando noticias o acabaré con una camisa de fuerzas en algún manicomio…

No hace demasiado hablaba acerca de que con el primer Castlevania: Lords of Shadow llevaba a cabo mi pequeña redención con uno de los juegos imprescindibles de la pasada generación de consolas. Sin embargo, y aunque seguramente me deje muchos en el tintero, la mayor de mis vergüenzas sigue siendo no haber podido completar The Last of Us.

Podría ahora mismo esgrimir aquí un montón de justificaciones que intentaran disculparme semejante mancha en el expediente. La acumulación de análisis en aquellas fechas, el viaje a Los Ángeles para asistir al E3, la posterior carga de trabajo tan elevada como corresponde al final de una generación y al principio de otra… Pero no, no hay justificación posible para no haber podido todavía profundizar en la última gran obra de Naughty Dog.

Pero voy a ponerle solución a ello, claro que sí. Mientras la Camorra -digo, los falleros- asumen el papel de autoridad y hacen de la ciudad de Valencia su particular Nápoles instaurando su ley Marcial, cortando calles de manera indiscriminada y alterando la apacible vida a base de duras sesiones musicales de Bisbal y Bustamente; yo haré de mi casa un fortín, atrancaré puertas y ventanas y me cuidaré de que los infectados -digo, los falleros- no entren. Por lo que pueda pasar.